Bibliografía: “ARMS AND ARMOUR”. An Antiquity and the Middle Ages: Also
a descriptive notice of modern weapons. Translated from the French of M. Lacombe,
and with a preface, notes, and one additional chapter on Arms and Armour in
England, by Charles Boutell, M.A., author of “English Heraldry”. New York: D. Appleton & Co., 1870. La encuadernación de época lleva
grabado en su tapa de tela roja un círculo dorado con la leyenda “Library of
Wonders”, y dos figuras mitológicas que posadas sobre columnas contemplan un
globo terráqueo. La importancia del trabajo publicado en París en 1868, motivó
su traducción y edición en lengua inglesa, a la que el traductor adicionó un
capítulo sobre Armas y Armaduras en Inglaterra. Los capítulos de la obra
original, a los que nos ceñiremos en nuestro brevísimo comentario y epítome
comprende: armas en la Edad de Piedra; armas y armaduras en la Edad de Bronce, asirios,
galos y griegos de los tiempos heroicos; armas y armaduras de los persas,
griegos de los tiempos históricos y etruscos; armas y armaduras de los romanos;
la decoración de las armas y armaduras en los tiempos antiguos; armas y
armaduras de las tribus salvajes y francos; armas y armaduras de la Edad Media;
armas y armaduras en la transición de los siglos XVI y XVII; así como un
capítulo dedicado a la artillería y armas de fuego individuales, de puño y
largas. En cuanto a Mr. Charles Boutell, señalaremos como curiosidad, que abandona
más de una vez su papel de traductor, señalando en el texto original ausencias
u omisiones del autor.
Los investigadores
están contestes y Lacombe no constituye la excepción, en que la aparición de
las primeras armas en tiempos pretéritos, tuvo lugar cuando el hombre primitivo
tomó conciencia de la necesidad de fortalecer su brazo, ante el peligro que
representaban las fieras que lo asechaban, y el originado por sus propios
congéneres con capacidad de hostilizarlo.
Los primeros cuchillos,
hachas y puntas de lanza o flechas fueron elaborados en piedra, optando por el
silex, la más dura de las que estuvieron a su alcance. Más tarde en tiempos que
el autor llama post – diluvianos incorporarían huesos, astas de animales y
maderas, desarrollando una cierta artesanía en el labrado de las piezas, de la
que cita como ejemplos “el hacha del dolmen” modelada en forma de huevo
aplanado, cuidadosamente pulida y provista de bellas curvas, así como flechas
con barbas no exentas de un toque de delicadeza. Las edades en que dividimos el
tiempo no fueron compartimentos estancos, razón por la cual armas y utensilios
de piedra, continuaron en uso durante la primera fase del periodo del bronce.
Lacombe describe a la
espada de los asirios como poco más larga que una daga, de hoja recta y ancha con
doble filo y punta. Si bien su empuñadura presentaba un pomo elaborado, este carecía
de guarnición o defensa y la vaina solía ostentar en su decoración figuras de
animales. Contaron también entre sus armas ofensivas con un arco de pequeñas
dimensiones, que cargaban a su espalda junto al “quiver” o carcaj. Usaron
adicionalmente la maza y una lanza apta para blandir o arrojar, similar a la
jabalina de los griegos, cuya punta era oblonga, es decir más larga que ancha.
La espada de los galos,
conforme a los ejemplares que el autor dice haber visto en el Museo de la Artillería
de París, era de bronce, larga, con hoja de doble filo y punta afilada. Su
contorno de líneas curvas la asemejaban en su aspecto a una hoja de salvia.*)
La empuñadura era de madera y se fijaba a la espiga mediante remaches, aunque en
otro diseño al que el autor asigna dudosa fortaleza y confiabilidad, el puño
era cilíndrico. Su reemplazo por la espada de hierro en tiempo y ocasión de su
enfrentamiento con los romanos, devino en absoluto desastre debido a su
incompetencia en el templado de las hojas, lo que motivó que se quebraran al
primer choque. También utilizaron hachas en variados modelos y solían fijar en
ramas de árbol, el cubo contenido en la cabeza u hoja de las mismas, de tal
forma que al crecer aquellas, se producía una fuerte unión o amalgama entre
materiales de tan distinta naturaleza.
Señala el autor que
entre los griegos fueron sus principales armas, la espada y la jabalina. En los
relatos homéricos, fue esta última la primera a la que se apelaba en el combate
y solo recurrían a la espada cuando aquella quedaba inutilizada o era extraviada
en la batalla. Era larga y de considerable peso, por lo que solo podría
arrojarse como misil a corta distancia. Su hoja era ancha, larga y sin barbas,
con el astil labrado en madera de fresno. Homero en su relato, dice que el asta
de la lanza de Aquiles procedía de un árbol de esa especie, que había crecido
en Pelión. Describe también a la espada griega como larga, cortante y de doble
filo, por lo que concluye que su hoja debió también ser recta y apta para ser
usada como arma de corte y de punta.
Describe Lacombe con detenimiento el armamento
de los griegos en tiempos históricos, conforme a las fuerzas que integraban y a
la consiguiente división de los combatientes en hoplitas, “peltastes” y jinetes.
Señala que el hoplita era quién portaba el equipo más completo y pesado,
actuando dentro de su unidad de combate que fue la falange y nunca en forma
individual. El número de integrantes de esta unidad no permaneció uniforme en
el tiempo y varió de doscientos a cinco mil hombres durante las guerras persas,
llegando a dieciséis mil cuando debieron enfrentar a los romanos, pero su
táctica y forma de combate permanecieron siempre uniformes. Formaban en filas
de dieciséis hombres de fondo, en contacto yelmos y escudos unos con otros, sin
brindar resquicio por donde pudiese penetrar el enemigo. Así, en filas
compactas y cohesionadas, enarbolaban sus largas lanzas, cuya longitud varió
entre treinta y uno y treinta y cuatro pies y cuyo nombre primigenio “sarissa”,
procedía de la misma Macedonia. La espada de los griegos dice era larga
comparada con la de los romanos, aunque más corta en relación con las que se
usarían en la Edad Media. Su hoja era recta, con doble filo y punta, asemejándose
también por su diseño a la hoja de salvia. Clavos y remaches fijaban la espiga con
la empuñadura y la vaina era de metal, oblonga y rematada con un botón en el
extremo inferior a modo de contera o regatón. Completaba su equipo una túnica
de cuero en lugar de coraza, con yelmo, escudo y defensas de cobre para las
piernas.
Los peltastes portaban
una jabalina o dardo conocido como “pelta” del que deriva su nombre y utilizada
por estos como misil. El asta presentaba en la mitad de su largo un
revestimiento de cuero para alojar dos dedos de la mano, lo que permitía
imprimirle mayor impulso al arrojarla. La caballería por su parte estaba armada
con larga lanza y espada, vistiendo además una coraza de cuero para pecho y
espalda hecha a la medida. Todos portaron también el “parazonium” o compañero
del cinturón, una corta daga de hoja triangular o romboidal, semejante a la que
usaban los jefes romanos y que en contraposición con la espada se llevaba en el
lado izquierdo de la cintura.
Dice Lacombe que pocos
ejemplares de las armas de los etruscos (aliados de los griegos), se conservan
en los museos. Su coraza era gruesa y doble en el pecho, portando asimismo daga
y escudo. Utilizaban dos tipos de yelmo, el primero amplio y por tanto de calce
profundo y el segundo de forma cónica con dos alas de extravagantes proporciones
en el frente.
Armas Romanas – 1. Espada – 2.Yelmo antiguo
3. Yelmo moderno – 4. Parazonium y su vaina
Las fuerzas romanas descritas
por el autor comprendían a los “equites” o caballería, los legionarios y los “velites”
o infantería liviana. La coraza de los legionarios consistía en dos placas
metálicas para pecho y espalda, escamadas para los rangos jerárquicos. Señala el
autor que la columna de Trajano en Roma, muestra dos tipos de escudos portados
por los romanos. El primero de ellos elongado, convexo y compuesto por dos laminas
unidas en sus extremos, con una barra destinada a fortalecerlo y decorado con el
emblema de la legión o con el rayo que el dios romano Júpiter empuña en su
diestra. El segundo oblongo, oval y menos convexo, fue usado por la caballería
y los velites, consistiendo su ornamentación en una rama de vid entretejida en
un asta. Más adelante abandonarían los romanos estos escudos así como la corta
espada que los caracterizó en su trayectoria, por una más larga y de un solo
filo, al estilo de los pueblos barbaros que conquistaron. Entre sus armas
ofensivas debe mencionarse en primer lugar al “pilum”, la más formidable lanza que
subyugó al mundo en opinión de Montesquieu. El historiador griego Polibio 1) la
describe con detalle provista de una ancha hoja de hierro de unas diecinueve
pulgadas de largo, rematada en un cubo donde se insertaba el asta, la que se
estrechaba hacia el extremo inferior. Sin embargo no debió permanecer uniforme
en su diseño, ya que otros estudiosos la describen estilizada, con solo un
ensanchamiento en la parte media del astil que permitía asirla férreamente para
blandirla o arrojarla; y para otros rematando su hoja en un cubo esférico. La
punta de la hoja poseía aletas o barbas, de tal forma que si quedaba trabada al
atravesar un escudo, quedara inutilizada para el enemigo como arma ofensiva,
impidiéndole también maniobrar exitosamente con aquél como arma defensiva.
Armas Romanas – Dos variedades de pilum
Si bien Pirro 2) venció a los romanos a un muy alto costo, fue vencido finalmente por estos en Sicilia y debió retirarse de la península itálica sin lograr fundar un estado heleno. Cien años más tarde fueron los romanos quienes invadieron Grecia, sometiendo a los reyes de Macedonia. Polibio 3) intentó explicar las causas de esta derrota, señalando que la falange como formación militar era inexpugnable aun frente a la legión romana, siempre que la batalla se diese en el tiempo y en el lugar indicado, que debía ser un terreno plano, sin pantanos, ni fosos que permitiesen una fractura de la formación en su marcha hacia el frente de batalla. Se sumó a las causas de la derrota, la estrategia romana que consistía en no presentar todas sus fuerzas en el primer choque, sino en mantener tropas de reserva que solo entraban en acción cuando el enemigo ofrecía una grieta donde ser penetrado. Por otra parte dice el autor que el legionario, maniobrando en un corto espacio de tres pies cuadrados, era capaz de obrar en todas direcciones, con su corta espada, recta y de doble filo provista de aguda punta, cuyo puño remataba en un pomo con forma de cabeza de león o de águila, siempre dispuesto a actuar bravíamente cualquiera fuesen las contingencias que debiera afrontar.
Describe Lacombe a los
francos bajo Clodoveo (481 D.C.), vistiendo una túnica de lino y combatiendo
sin coraza, ni cota de malla o yelmo, con solo un escudo como arma defensiva.
Este era de forma circular u oval con una corcova o centro metálico de hierro, remachado
el reborde del mismo por la parte interior. Tres barras de hierro lo
atravesaban por el centro, extendiéndose hacia los bordes con la intención de
reforzar toda la superficie. Sus armas ofensivas fueron el hacha o francisca que
observó variadas formas. La cabeza de la misma podía ser larga y estrecha,
corva en su cara exterior y vaciada en el interior, así como otras fueron pequeñas
y alargadas. La lanza o “frámea”, podía presentar diferentes diseños Las hubo
largas, cortas, con punta rematada en un cubo, triangulares, en forma de hoja
de árbol o de pastilla, con o sin barbas en su base; portando también otros dardos
arrojadizos de mediana longitud conocidos como “angón”. Las espadas estuvieron reservadas
para jefes y soldados de elite y su hoja era recta, de doble filo, punta
afilada y una longitud de treinta pulgadas. Todos llevaban una daga o cuchillo
de gran tamaño conocido como “scramasax”, cuya hoja tenía una dimensión de
veinte pulgadas de largo por dos de ancho, presentando sus mesas ranuras en las
que se vertía ponzoña. Junto a este cuchillo, usaban otro más pequeño de
carácter meramente utilitario que raramente veía acción, por lo que también era
usado por sus mujeres.
En cuanto a los francos
bajo Carlomagno (742 o 743 – 814), utilizaron las mismas armas ofensivas, pero
agregaron la loriga o cota de malla y el yelmo entre las defensivas, agregando la
caballería a sus fuerzas.
Señala Lacombe que en
la alta Edad Media el ejército de Francia estaba constituido por la gendarmería
u hombres en armas, una fuerza de caballería integrada por señores feudales provistos
de armadura y lanza, que eran convocados (convoquer le ban), por el rey a
través de un bando, por un termino máximo de 40 días y a su propio costo. Excedido
ese plazo el rey debía pagar por sus servicios. La infantería estaba
constituida por siervos y dependientes de dichos señores, aunque ocasionalmente
hubo fuerzas regulares de infantería comandadas también por nobles y conocidas
como “sargentos de armas”. Circunstancialmente se reclutaron también voluntarios
reunidos y comandados por caballeros, aunque integradas por ladrones,
aventureros, sirvientes escapados del vasallaje de sus amos, así como gente de alto
rango social venida a menos y por ello necesitada de empleo. Soldados de la
fortuna y buenos combatientes, pero capaces de la comisión de crímenes o de
cambiar súbitamente de bando por razones de mejor paga o una mayor participación
en el reparto de botines.
En Francia, Carlos VIII
(1470 – 1491), abolió finalmente el ejército feudal reemplazándolo por un
ejército real pagado por el tesoro público o mediante la recaudación de
impuestos. Algunos nobles ingresaron en estas fuerzas en calidad de oficiales o
soldados, reclutándose a la infantería de la misma forma. Arqueros y
ballesteros eran ocasionalmente convocados en tiempos de guerra y recibían un
pago por sus servicios. Debían comprar su propio armamento, pero podían
descontar su costo del pago de impuestos. Otras fuerzas que prestaron servicios
a Francia, fueron la infantería suiza y germana compuesta por piqueros y
alabarderos. También caballería integrada por mercenarios dálmatas conocidos
como “estradiotas”, nombre derivado de la lanza homónima que portaban y que llevaba
punta en ambos extremos, así como caballería alemana, armada de pistola y
espada.
Bajo Luis XIV (1638 –
1715), se realizó la primera conscripción de soldados integrando regimientos
permanentes en el tiempo, lo que continuó más tarde bajo la revolución y el primer
imperio.
Realiza Lacombe una
descripción de las armas medievales hasta el Siglo XI, sobre la base del Tapiz
de Bayeux, que testimonia la conquista de Inglaterra por los normandos a partir
de la batalla de Hastings **) acaecida el 14 de Octubre de 1066, obra de arte en
la que se observan similares armas utilizadas por ambos bandos contendientes. Entre
ellas el yelmo cónico de hierro provisto de protección nasal, la cota de malla
o “hauberk” que llegaba casi a las rodillas, escudos redondos u ovales terminados
en este caso en punta, lanza de moderada longitud con punta de hierro y sin
barbas que durante la marcha se apoyaba en el estribo, maza, hacha, arco y
flecha entre las arrojadizas, dagas de considerable longitud y espada larga de
hoja ancha, recta y de doble filo, afilada desde el talón a la punta.
Bajo el reinado de Felipe
VI de Valois (1328 – 1350) en Francia y de Eduardo III en Inglaterra, dio
comienzo la tristemente célebre guerra de los cien años. Esta originó la
aparición de las llamadas “Grandes Compagnies”, armadas mixtas compuestas por mercenarios
que hicieron de lo militar su profesión o modo vida, en razón del alto precio que
ponían y se pagaba por sus servicios y la participación exigida en el reparto
de botines y recompensas. Nativos de distintos países, sin otro compromiso más que
consigo mismos y sin otro interés que su ventaja personal. Incluían fuerzas de caballería,
infantería, arqueros y hombres de armas, confundiéndose de esta forma gente de
distinto rango social por su nacimiento, que ocasionalmente también sembraban el
terror en las poblaciones.
En este tiempo se
observa la adopción del “haubergeon”, consistente en una cota de malla
disminuida que solo alcanzaba a la cintura, así como el reemplazo del yelmo por
el bacinete de forma globular, provisto de visor con o sin movimiento y
orificios para la respiración, terminado a veces en forma de pico en la parte
frontal. Se complementaba la protección con el “camail” que protegía cuello y hombros.
La lanza larga y pesada propia de la caballería, se engrosa ahora hacia el
extremo inferior y aparece un pequeño escudo que confiere firmeza y estabilidad
al empuñarla, así como protección a la mano. La espada de los primeros tiempos
de la Edad Media, eficiente como arma de corte será reemplaza por una de nuevo diseño
solo apta para herir de punta, operando como antecedente del “rapier” y que
convivió en Francia con la maza y el martillo de armas. Un magnifico grabado de
Carlos el Temerario, duque de Borgoña (1433 – 1477), reproducido en la obra,
ilustra junto a su armadura un ejemplar de esta espada. En Inglaterra en cambio,
la nueva espada será eficiente para ambas funciones, arma de corte y punta a la
vez, es decir “thrust and edged weapon”. El poder de la infantería y arqueros
se incrementó, mereciendo destacarse la destreza observada por los arqueros
ingleses que en Crecy (1346), 3) se imponen exitosamente a la caballería
francesa. El príncipe Luis Napoleón los describe con su arco largo de cinco
pies de altura confeccionado en madera de tejo, capaces de disparar certeramente
hasta doce flechas por minuto a una distancia de doscientas cuarenta yardas y manteniendo
un atado de flechas bajo el pie izquierdo sin recurrir al carcaj. Los
ballesteros genoveses al servicio de Francia, no lograron en la ocasión disparar
eficazmente sus pernos de ballesta a causa de una ingente lluvia que había
humedecido las cuerdas, circunstancia que motivó una gran mortandad entre
ellos. La caballería francesa cargó entonces pasando sobre los cuerpos de los
genoveses, pero fue igualmente rechazada. En otra secuencia de la batalla el
príncipe “negro” de Gales, ordenó desmontar a sus caballeros provistos de
armadura, los que apoyando el regatón de sus lanzas en el suelo, soportaron
como infantes una carga de caballería. En el siglo XV aparece como paliativo a
la acción de los arqueros, el “mantlet” o gran escudo que protegía al infante
en batalla conocido por los franceses como “pavise o pavas”, y que apoyado en
el campo cubría enteramente su cuerpo. Cobró asimismo difusión la ballesta en
sus distintas modalidades (de operación manual con o sin estribo, a palanca rotativa
o con un torniquete a manivela conocido como armatoste). Prohibida en principio
por el Concilio Laterano de 1139, excepto en la guerra contra los infieles (léase
cruzadas), su uso se generalizó más tarde en Europa. Describe asimismo a los
ingenios conocidos como “arbalète de tour” o “arcs de balista”, capaces de
disparar grandes pernos y de los cuales dice, se conservan todavía dos
ejemplares en el Museo de Artillería de París.
Bajo Charles VII (1422
– 1461), la media coraza se coinvirtió en coraza completa para pecho y espalda
(peto y espaldar), bajo la cual se continuó usando la nueva cota de malla reducida
a la cintura. El arnés de placas comprendía desde entonces protección para el
torso (cuirass), protección articulada para hombros (epaulières), así como para
brazos, codos y antebrazos (brassarts, coudières y avant – bras), muslos (cuissarts),
rodillas (genouillères), piernas (grevieres) y pies (sollerets). Su evolución culminaría
con la aparición de “gauntlets” metálicos y articulados, en reemplazo del guante
de cuero usado hasta entonces.
El siglo XVI supondrá
el progresivo abandono de la armadura y su reemplazo por una coraza ligera, política
que lideró Gustavo Adolfo, 4) personaje histórico admirado por el autor, cuya
intención fue brindar agilidad y libertad de movimientos a su caballería. En
Francia este movimiento fue menos rápido y bajo los inicios de Luis XIV (1643 –
1715), la armadura continuó en uso y no fue abandonada sino más tarde, con
posterioridad a 1660 principiando por la infantería y exceptuando la coraza
para la caballería, que solo se arrumbaría veinte años después, con excepción
de los regimientos de coraceros. No obstante este abandono, los jefes militares
y dignatarios solían retratarse todavía con sus antiguas armaduras. Aparecen por
entonces los “chapeaux en fer” en reemplazo del bacinete y el morrión para los
arcabuceros. Los suizos por su parte enfrentan a la caballería con largas
picas, imitando así la táctica de las antiguas falanges griegas. Sin embargo la
pica terminará siendo lentamente sustituida por la aparición de la bayoneta, arma
blanca cuya empuñadura de forma ahusada se roscaba a presión en la boca del
cañón del mosquete. Su origen, dice Lacombe, sobre el cual los investigadores no
se ponen todavía de acuerdo, pudo haber sido el cuchillo de montería de los
españoles, utilizado en esa forma para rematar, guardando conveniente distancia,
a un animal malherido por un disparo. La bayoneta evolucionará más tarde con la
creación del cubo***) que permitirá fijarla en el exterior del cañón, permitiendo
disparar al tiempo de contar con la bayoneta previamente armada.
El rapier usado a veces
junto a la daga de mano izquierda, evolucionó hacia “l’épée de ville, town
sword o civic sword (conocido como espadín entre nosotros), provisto de una variedad
de hojas con aguda punta conocidas genéricamente como “verdun”, a veces con un “forte”
cuadrangular visiblemente engrosado al estilo “colichemarde”, deformación del
nombre de su inventor Koenigsmark.
Se conocieron también en Francia por entonces la
cimitarra y el sable, describiendo Lacombe a la primera como a un sable ligero,
de hoja curva en forma de medialuna, a la que estima como favorita de los más expertos
y diestros espadachines orientales.
Describe al sable como
a un cuchillo de grandes dimensiones, con hoja más o menos curva, pero dotado
de un ancho lomo que disminuye en su grosor para formar el filo. Al igual que
la cimitarra es un arma de corte más que de punta y hace su aparición en
Francia en las postrimerías de Luis XIV (circa 1710). De origen oriental fue
difundido en Europa por militares húngaros y polacos. Al parecer lo portaban
los húsares húngaros al servicio del Marshal de Luxembourg, lo que motivó a la
postre la creación de una fuerza de húsares franceses dotados con la misma arma
y vestidos a la turca. Señala que el sable, tomó finalmente ventaja en cuanto a
aceptación sobre la espada, extendiéndose su uso a la infantería. Acota además que
los de hoja recta, portados hoy (1868), por los coraceros franceses reciben por
la tropa el apelativo de “latte” 5).
Aborda Lacombe el
capítulo relativo a la artillería describiendo los ingenios militares concebidos
para el campo de batalla o en ocasión de sitios a fortalezas o ciudades
fortificadas, hasta la aparición del cañón como consecuencia de la invención de
la pólvora. Señala a los asirios como quienes primero habrían utilizado una flecha
de considerables dimensiones para penetrar muros, arma conocida por los romanos
como “terebra”. Estos últimos utilizaron también el ariete, “belier o battering
– ram”, que consistía en un grueso tronco de árbol en cuya punta se montaba una
cabeza de carnero labrado en hierro forjado, con el que embestían paredes o
murallas una vez que la “terebra” hubiese abierto el primer hueco. Contaron
asimismo con la catapulta, que arrojaba dardos de seis pies de longitud con
punta de hierro, rociados con un líquido inflamable. El misil tenía un alcance
de cien pasos y en su trayectoria podía atravesar más de un cuerpo humano que
se interpusiera en su camino. La máquina, operaba mediante cuerdas y poleas que
tensaban las ramas que daban impulso al misil. La “balista” fue una variedad de
la catapulta y permitía arrojar una o más piedras sobre el enemigo.
Fueron los griegos del
bajo imperio los inventores del fuego que lleva su nombre, mixtura de aceite de
nafta, resina, aceite vegetal y grasa, más tarde usado por los árabes en la
guerra contra los cruzados. Si bien se atribuye a los chinos la invención de la
pólvora, considera el autor que fueron los árabes quienes primero tuvieron la
iniciativa de utilizarla para impulsar objetos y concebir el primer tubo destinado
a ese fin. La utilización de los primeros cañones habría tenido lugar en
Cambray (1338), el sitio de Quesnoy (1339), y el de Algeciras (1342). Sin
embargo el primer cañón del que se tiene conocimiento cabal, consistió en un tubo
de hierro batido con anillos de refuerzo, abierto en ambos extremos, constituyendo
así el primer antecedente del sistema de retrocarga. En efecto, la pólvora y el
proyectil se preparaban en un dispositivo separado o recámara, que se ajustaba a
un extremo del tubo en el momento previo al disparo, asegurando la unión
mediante un estribo de hierro. La recámara poseía una ventana para “dar fuego”,
disparándose el cañón sobre una banquina de madera que controlaba el retroceso
por razones de seguridad.
En un principio los
proyectiles fueron de piedra y bajo calibre, pero hubo lombardas que disparaban
proyectiles de hasta 200 libras de peso, en un proceso de carga descrito como lento
y tedioso con riesgo de vida para los artilleros. En el siglo XIV las balas de
piedra fueron reemplazadas por las fundidas en hierro, más efectivas contra los
muros de las fortalezas. Proyectiles especiales como el “hot shot” o bala roja,
previamente calentadas en un hornillo y las revestidas con cemento inflamable
que se encendía con el disparo, aumentaron el poder de destrucción, así como
también el peligro corrido por los servidores de la pieza.
Otra innovación fue la
aparición de cañones fundidos en bronce que brindaban mayor confiabilidad,
debido a las limitaciones por entonces imperantes en la fundición del hierro.
La purificación de la pólvora otorgó mayor velocidad y poder a los proyectiles,
a lo que se sumó la introducción de las primeras cureñas que brindaron
seguridad y rápida movilidad a los cañones y requirieron la aparición de los “trunions”,
muñones o apéndices cilíndricos que permitían no solo montarlos, sino brindarles
también movimientos de elevación o descenso. En la segunda mitad del siglo XVI
apareció el mortero, con cañón muy corto, ancha boca y ángulo de tiro elevado.
Su proyectil hueco contenía una carga explosiva que se encendía con el mismo disparo
o en forma separada, cuasi concomitante con el disparo del arma. Su fuerte
retroceso hizo que se montaran sobre un sólido bloque de madera. Se lo
consideraba riesgoso en su operación y tal vez por ello, dice Lacombe, no había
una gran cantidad en servicio. En el siglo XVII hizo su aparición un arma que se
le asemejaba y haría carrera llamada obús. 5) Semejante al anterior en cuanto a
ángulo de tiro elevado pero con cañón más largo, observaba para los artilleros
idénticos riesgos que el mortero. La llegada de los cañones rayados,
requirieron que los proyectiles de hierro contaran con pernos de metal blando distribuidos
en su superficie, cuya dilatación les permitía tomar el estriado.****)
Relata por fin la
aparición de las armas de fuego, de puño y largas, desde el cañón de mano, la aparición
del arcabuz en España durante el reinado de Francis I (1515 – 1547) en Francia,
el mosquete que lo sucedió y aumentó en calibre y potencia de carga, las
primeras pistolas, el rifle (de anima rayada como su nombre lo indica) y el
fusil militar de chispa con cañón también rayado a partir del desarrollo y
evolución del proyectil Minie, sub calibrado y provisto de una base hueca que
al dilatarse le permitía tomar el estriado, hasta el fusil de aguja prusiano
replicado por el “Chassepot” francés, en los que la aguja percutora penetraba
el cartucho para alcanzar el fulminante. Asimismo los distintos sistemas de
ignición, desde la mecha y su evolución en la llave de serpentín, la de rueda
de escasa difusión por su alto costo de fabricación, su posterior reemplazo por
la llave de “miquelete”, y el sistema de percusión desde sus inicios con el
escocés Andrew Forsyth en Inglaterra, hasta el desarrollo de la cápsula
fulminante.
José Luis Mignelli
Referencias:
1) Historiador griego prisionero de los
romanos que trabó amistad con Escipión el joven de quién fue consejero. Es autor
de una Historia General en 40 tomos de los que se conservan cinco.
2) Rey del Epiro, venció a los romanos
en Heraclea (280) y Ausculum (279), pero fue vencido por estos en Benevento (275).
3) En Crecy (1346), Poitiers (1356) y
Agincourt (1415), los arqueros ingleses demostraron su eficacia frente a la
caballería francesa. Sin embargo los turcos con sus pequeños arcos recurvados y
compuestos, integrados por tendones, madera y hueso con cuerdas de 60 hilos
retorcidos, los superaban alcanzando sus flechas 700 metros de distancia. En
una demostración realizada en 1798 frente al embajador inglés, el sultán Selim
III alcanzó con sus flechas un rango de 880 metros. Dice H. A. Cirigliano que
en las iglesias de Constantinopla se concluían los rezos con la formula: “Y que
Dios nos proteja de las flechas turcas.” (Vid Héctor A. Cirigliano. Manual de
Tiro con Arco. Editorial Del Nuevo Extremo. Buenos Aires, 2014)
4) Segura alusión a Gustavo Adolfo de
Suecia (1594 – 1632), quién introdujo reformas en el ejército y la administración,
y obtuvo victorias que convirtieron por un tiempo a Suecia en una potencia
militar. Murió en combate durante la batalla de Lutzen (1632).
5) Recuérdese que se llamó también “latones”
a los sables de nuestros granaderos en tiempos de la Independencia.
6) Palabra derivada del checo
“houfnice”. Como principio general son cañones los que disparan en el sector de
tiro Nro. 1, con un ángulo inferior a 45° y obuses a los que disparan superando
dicho ángulo en el sector de tiro Nro. 2. Llámase tiro “tenso” al de los
primeros y al de los segundos “curvo”, utilizándose a estos cuando el blanco se
encuentra oculto por un accidente geográfico tal como un bosque, una elevación
del terreno, o una fortaleza semi – enterrada como ocurrió en Francia durante la
Primera Guerra Mundial, donde se destacó el “Gran Berta” alemán. Si bien la
artillería antiaérea también dispara con un ángulo de tiro superior a 45°, su
tiro es “tenso” por apuntar directamente al blanco.
Llamadas:
*) Mata que crece en suelos áridos y a cuyo fruto se atribuye propiedades medicinales. Su hoja es lanceolada u oblonga.
**) La muerte de Eduardo “el confesor” quién habría prometido a Guillermo “el conquistador” de Normandía el trono de Inglaterra (promesa incumplida de la que se habría retractado en su lecho muerte), dio motivo en 1066 a la invasión y conquista de ese país por los normandos.
***) Entre la bayoneta de “taco” y la de “cubo” hubo en rigor una experimentación intermedia, la bayoneta de “anillos” descrita por el Mariscal de Puységur.
****) Más tarde reemplazados por el aro de forzamiento elaborado en cobre.
Nota: Los grabados en madera de M. H. Catenacci, son los mismos que ilustran las versiones originales de la obra en francés e inglés.
Nota: Los grabados en madera de M. H. Catenacci, son los mismos que ilustran las versiones originales de la obra en francés e inglés.
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